Muchos dicen que la serie B ha
muerto.
Que ya no es posible.
La casi desaparición de los
videoclubs y los autocines, los monopolios casi exclusivos de las grandes distribuidoras,
o Internet, han reducido al mínimo el espacio de la serie B, que ya no puede
ser rentable…
Eso dicen.
Eso sentencian.
Muchos se empeñan siempre en
tratar de enterrar lo que no entienden, o lo que les estorba. Para muchos “cinéfilos
de pro” la serie B es algo superfluo, inútil, incluso detestable.
Ellos se mantienen en sus torres
de marfil, endiosados en su elitismo, regodeados en su cine para gourmets “ombliguistas”,
tomándose tan en serio que terminan convirtiéndose en una farsa grotesca.
Hablan o escriben de cine como si
fuera su propiedad privada. Únicamente es válido su criterio. Y, en su soberbia,
no entienden. No comprenden, en su realidad completa, el fenómeno cinematográfico.
El cine es arte, pero también
artesanía. Y, por supuesto, industria. Que el cine no podría entenderse, ni
explicarse en su conjunto sin Godard, Kurosawa o Hitchcock, pero tampoco sin
Castellari, Waters, Fulci o Corman…
Pero la realidad es obstinada.
Algunos ya doblaban campanas por la serie B, esbozando unas sonrisas maléficas
que escondían, en el fondo, enormes complejos de inferioridad. Y, entonces,
surge algo… Un fenómeno que tambalea sus argumentos, que tuerce sus gestos, que
desprecian y, a la misma vez, temen.
La irrupción de la saga SHARKNADO,
más allá de los sentimientos que genere entre los aficionados, supone una
revitalización de una forma de hacer cine que, para muchos, es prescindible.
Pero que sigue siendo absolutamente necesaria. Y, por supuesto, posible.
En 2013, una película producida
para TV, interpretada por viejas glorias televisivas venidas a menos, con
tiburones digitales y con una trama delirante, se convierte en un fenómeno de
masas, rompiendo esquemas y dogmas.
Y el castillo de naipes que
muchos habían construido, se cae irremediablemente.
Tras 5 partes en 4 años, la saga
más twitteada de la historia, ha abierto una grieta. Una grieta por la
que comienzan a colarse muchas historias que parecían condenadas a la invisibilidad
o a la indigencia.
Desde luego pueden dar mucho de
sí unos tiburones voladores, realizados por ordenador, un Ian Ziering (el archifamoso Steve
de Sensación
de Vivir) emulando al Bruce Campbell de la trilogía Evil
Dead, empuñando una motosierra y destripando escualos en las alturas,
cual Superman de la casquería…
El romanticismo ha vuelto. O
quizá nunca terminó de irse.
Y siempre habrá resentidos que
continúen agitando banderas de intransigencia. Siempre habrá debates. Que si
celuloide o digital. Que si streaming
o pantalla…
El integrismo siempre necesita
enemigos. En su “sagrada cruzada” de la pureza pierden la esencia. Y la razón.
Quien se acerca al cine con prejuicios
terminará engullido por una espiral de intolerancia. Y ese es el primer paso
para la autodestrucción…
Nosotros, dejémonos llevar por lo
que parece imposible. Destruyamos los altares y, simplemente, disfrutemos del
cine, sea cual sea, donde sea, y como sea…
A ver si me animo. Veo alguna
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